Namaste!

Este tercer capítulo lo escribo, otra vez, desde la litera del tren que nos llevará a Jaisalmer.

El viaje en tren de Delhi a Jodhpur fue toda una experiencia. 620km, 11 horas de traqueteo y vaivén.
Viajamos en 'sleeper class', la más barata si quieres dormir en litera. Pagamos 370 rupias cada una, lo que viene a ser unos 5 euros. No es que no nos podamos permitir viajar en una clase más cara, pero tengo la teoría de que cuanto más rica es la gente, más aburrida es. Las personas más amables, dispuestas a ayudar a cambio de nada y las más encantadoras que nos hemos encontrado hasta ahora, son las que menos tienen.

Cada vagón de tren tiene 72 literas, que se dividen en compartimentos abiertos de 8. En el nuestro, viajaba una señora con su marido y su madre, un abuelito y otros dos señores. Ninguno de ellos hablaba inglés pero nos comunicamos con sonrisas y chocolate. No puede fallar, a todo el mundo le gusta el chocolate y las sonrisas.
Durante todo el trayecto hay un flujo incesable de vendedores de comida, agua, refrescos y, sobre todo, te chai.
Yo me sentía tranquila, Eli no tanto.
Aún así no pude pegar ojo hasta las 3 o las 4 de la mañana y, poco después, me despertaron unos gritos...
"Don't touch me! Don't touch me!!" Era Eli. A su lado había dos hombres. Los dos estaban borrachos y uno de ellos la despertó al tocarle una pierna. La señora con la que habíamos compartido el chocolate le dijo algo en hindi muy enfadada y los dos hombres se fueron inmediatamente, luego tranquilizó un poco a Eli y volvimos a dormir.

A las 8 de la mañana llegamos a Jodhpur. Cómo en todas las estaciones, a la salida te encuentras a un montón de tuk-tuks y rickshaws que te quieren llevar al hostal. Pero nosotras decidimos dar un paseo de media hora hasta allí.
La estación está alejada de la cuidad vieja, y para llegar había que pasar por unas callejuelas y barrios de chabolas que no nos dieron buena espina, así que acabamos por pillar un tuk-tuk, que una vez fuera de la estación, cobra la mitad.

Los siguientes dos días los pasamos paseando por las laberínticas callejuelas de Jodhpur que nunca te llevan donde crees.

Nos dimos cuenta enseguida de que en cada ciudad parece haber un patrón distinto para sacarle las pelas a los turistas. Aquí la técnica es mandar a los niños a que hablen contigo y cuando te preguntan si tienes algún hobbie, ellos te cuentan que el suyo es coleccionar monedas de distintos países y te piden que les des algo. Pero hay una gran diferencia con Delhi, si dices que no, se olvidan del tema y no insisten ni se enfadan, como mucho te piden que te hagas una foto con ellos.
Grandes y pequeños están obsesionados con eso, despertamos una tremenda admiración en ellos. Nos miran embobados y nos piden que nos saquemos fotos con ellos a todas horas. Les encantan las rastas de Eli, dicen que son como las de los shadu, hombres sagrados que renunciar a todo lo material para alcanzar la iluminación. Y lo flipan con mi pearcing de la nariz, no entienden por qué no lo llevo a un lado como el resto de mujeres indias y les parece graciosísimo, "like a holy cow", dicen. Ya he perdido la cuenta de cuántas fotos nos hemos hecho con niños, mayores y familias enteras, a saber en cuantas casas tienen nuestros caretos enmarcados encima de la televisión.

La ciudad azul es tranquila y tiene un encanto especial. Tiene ese nombre porque antiguamente los brahmanes pintaban las fachadas de sus casa de azul, pero más tarde, también otras castas se apuntaron a la moda. Quizás porque, además, el color azul mantiene frescas las casa y alejados a los mosquitos.

El primer día visitamos el fuerte, que se alza imponente en el punto más alto de la ciudad. Las vistas desde allí son impresionantes y las piernas que haces para subir hasta ahí arriba también.
Y por la noche, el azar nos regaló un estrambótico festival callejero.
Todo el pueblo estaba allí. 6 km de procesión y cabalgatas que duraría toda la noche. La tranquilidad de Jodhpur pasó a la historia. Cuantísima gente, qué agobio! Parecía que hubiese llegado al lugar una súper estrella de Bollywood.
Por suerte, conocimos a una familia propietaria de un pequeño negocio que nos dejó usar el escalón de su tienda/casa para ver el espectáculo y escapar así del tumulto que se había allí formado.
Todo iba de maravilla hasta que me cansé de estar subida ahí arriba y por no hacer levantar a la señora que estaba sentada delante de mí, bajé por el lado derecho (curiosamente el único centímetro cuadrado donde no había nadie) y... sorpresa! El pie se me hundió en un líquido espeso hasta la rodilla. Me temía lo peor... Levanto el pie y se me descompone la cara. Había metido la pierna en un desagüe de las cañerías de la casa. Vamos, que había metido toda la zarpa en un pozo de mierda, literalmente.
No gano para disgustos. Aquella misma tarde una paloma grande (porque debía de ser grande) se me cagó en el brazo... Esto son muchos años de buena suerte, no?
Los indios se parten el culo, Eli llora de la risa y yo me muero de asco.
La gente de la casa entre risas y tapándose la nariz me ofrece un cubo de agua turbia para echármelo por encima. Tenía pinta de ser el barreño del baño, pero en aquel momento esa agua amarillenta que tanto repelús me daba, fue como un pozal de agua bendita.
Toma, para que aprendas a reírte de las costumbres de otras gentes. Qué gracioso es el universo a veces...

Poco después nos fuimos a casa con un par de tocadas de culo por parte de unos chavales jóvenes aprovechando la confusión. Qué asquerosos. Tienen la mano muy larga estos hombres y a veces nos sentimos incomodas llevando pantalones cortos o camisetas de tirantes, por eso, ya el segundo día, decidimos comprar un fular para escondernos de miradas indeseadas. Y lo llevamos bien a gusto, para que luego digan que el chador no es una prenda que las mujeres libres lleven por decisión propia. Tapadas nos sentimos más seguras.

Me hubiera gustado quedarme a ver más carrozas, pero no volví a estar a gusto cerca de aquel agujero del demonio y no sentía que esa pierna fuera mía. Necesitaba desesperadamente una ducha que, de hecho, fueron tres y medio bote de gel desinfectante de esos que matan el 99,9% de las bacterias.

Suficiente por hoy, me voy a dormir que me quedan 5 horas de viaje en tren y un largo día por delante en el desierto del Thar.

Esta noche Eli duerme con la navaja a mano, espero que no tenga que usarla...

Y disculpen, queridos lectores, por lo escatológico de los últimos capítulos, pero esto tenía que contarlo.

Buenas noches.