Después de un largo viaje en tren sin incidentes, amanecimos en la antiquísima ciudad de Varanasi. Situada entre los ríos Varuna y Assi que le dieron su nombre, Varanasi es sagrada para hindúes, budistas y jainistas y el mayor centro de peregrinaje de la India. ¡Por eso fue tan difícil conseguir un billete de tren hasta aquí!

A primera vista y a grandes rasgos nos recordaba un poco a Delhi. Gran ciudad, ruido, caos y mucha gente, pero nosotras ya no éramos las mismas chicas recién llegadas a la India con cara de pavas y empezamos a verlo todo con otros ojos.

Una vez más, llegamos a la que sería nuestra casa durante los próximos días, dejamos las mochilas y salimos a explorar.

Nuestro primer destino fue, cómo no, el divino río Ganges. El Ganges es el río más sagrado de la India. Para los hindúes, es la personificación de la Diosa Ganga y se cree que bañarte en sus aguas sagradas cura enfermedades, expía pecados y lanzar las cenizas de un difunto romperá el ciclo de las reencarnaciones de su alma. Nos sentamos en uno de los ghats, las escalinatas que dan acceso al río, a ver pasar a la gente que viene aquí para llevar acabo sus rituales matutinos de purificación. Familias enteras se acercan a las orillas del río para sumergirse en sus sucísimas aguas librándose así de pecados e impurezas. Se lavan cuerpo, cara, oídos, boca y hasta beben del río. Aún con los más de 40 grados del medio día, no me atrevería a meter ahí ni un pie, y me imagino que si me llegara a la boca aunque fuera una gota de esa agua infestada de echerichia coli, tendría caguereta durante una semana. Esta gente está hecha de otra pasta.

A lo largo del río hay un montón de ghats y cada uno tiene una función distinta: el ghat donde hacen sus pujas y abluciones, donde lavan la ropa, donde se bañan las vacas y búfalos, donde queman a los muertos... Es un espectáculo pasear por la orilla y ver todos los usos que le dan a este río.
Da la sensación de que la vida en Varanasi gira entorno a estas aguas sagradas. Pero solo en una de sus orillas, en la margen izquierda crece, se acumula y amontona toda ella, para saludar de cara al nuevo día, mientras que la margen derecha está completamente desierta. Por la noche apenas se pueden ver unas cuantas luces de los pocos campesinos que trabajan allí sus tierras, pero ninguna casa ni ninguna otra forma de vida. Aunque cuentan que sí hay un grupo de personas que habitan esa zona: los shadus negros. Ellos son la versión satánica de los shadus normales, esos hombres sagrados, risueños, con barbas blancas y rastas larguísimas enrolladas en un moño en lo alto de su cabeza, que visten de naranja y fuman ganja en pipa. Los shadus negros no se mezclan con el resto y solo salen de noche. Visten de negro, se pintan la cara de blanco con las cenizas de los muertos, beben de sus calaveras y tienen la creencia de que comer la carne de los cuerpos que se arrojan al Ganges les acercará a su destino divino. Por cómo los describen, deben de dar bastante miedito, así que mejor nos quedamos en esta parte del río.

Por la noche fuimos de nuevo a visitar Ma Ganga -la madre Ganga- para presenciar la opulenta ceremonia que se celebra todas noches en el ghat principal, el Ganga Aarti. Música, tambores, bailes, oraciones, incienso, ofrendas de flores, campanas y muchas luces para dar gracias a la diosa Ganges.
Un poco más arriba, nos encontramos con el más grande de los ghats de cremación. Aquí se lleva a cabo otro tipo de ceremonia distinta. Esta no para nunca, día y noche, los 365 días del año. Personas de todo el país recorren miles de kilómetros para despedir a sus seres queridos y poder esparcir sus cenizas en el río sagrado. Es un acontecimiento importantísimo en la vida de todo indio. Ahorran durante toda la vida para comprar la madera necesaria para completar la cremación. El precio varía según los kilos y el tipo de madera, otra forma de distinción entre castas.
Se cree que el fuego es capaz de limpiar toda impureza terrenal y así el alma, una vez liberada del cuerpo podrá volver a su origen y poner fin al ciclo de reencarnación. Solo hay algunas excepciones en las que no es necesario realizar la cremación y esparcir las cenizas en el río para que el alma alcance el Nirvana: cuando muere un shadu, los niños y niñas menores de 12 años, las embarazadas y los muertos por picadura de cobra, ya que consideran que son ya seres puros. En estos casos se atan unos pesos al cadáver y dejan que se hunda.

Esa noche conocimos a una chica italiana que vivía allí cerca desde hace meses y a unos chavales locales que trabajan en la zona del crematorio. Nos explicaron todo sobre estos extraños rituales funerarios. Contaban que, en esta época del año, se queman al rededor de 100-120 cuerpos al día, pero que cuando hace más calor llegan a quemar unos 250 solo en ese ghat.
Nos quedamos unas cuantas horas allí sentadas, hablando con ellos, tomando chai y viendo atónitas todo lo que estaba ocurriendo. Solo los varones de la familia asisten a la ceremonia, ya que dicen que las mujeres con su llanto disturban a las almas y estas podrían distraerse y no alcanzar su objetivo. Además, antiguamente las viudas solían tirarse a las llamas para arder junto con los restos de su marido. Así pues, los hombres transportan en altares a los difuntos envueltos en sabanas para luego lavarlos en el Ganges y colocarlos en la pila de madera previamente preparada. La cremación se inicia con una antorcha que encienden en el fuego eterno, fuego que jamás se apaga y que custodian en uno de los templos cercanos. Luego arden durante 2 o 3 oras y finalizan el ritual lanzando las cenizas al río.

No habíamos planeado nada que hacer o ver en Varanasi, nos estábamos dejando llevar por la casualidad de la sucesión de eventos. Y fue volviendo al hostal aquella noche cuando sucedió: ese algo hizo clic. De pronto todo aquella marabunta caótica que nos sacaba de quicio cobró perfecto sentido. Cruzar la calle entre el tráfico ya no era una misión suicida, la gente no nos paraba por la calle, no intentaban vendernos cosas, no nos presionaban... Sin darnos cuenta habíamos entrado en su juego y ahora nosotras también formábamos parte de este caótico equilibrio.
Una de las primeras cosas que oí sobre la India fue que es como una ola, si intentas resistirte te dará un bofetada en la cara, sin embargo, si te dejas transportar aceptando la incertidumbre que conlleva la pérdida de control, te llevará a descubrir lugares maravillosos.

Los siguientes días los pasamos así, sin esperar nada de esta ciudad, dando largos paseos por sus enmarañadas y angostas calles que nos permitieron descubrir bazares, templos y santuarios hermosos. El plan era no tener plan y es lo mejor que pudimos hacer porque salió todo redondo. Lo único que repetimos religiosamente cada noche, fue el encuentro con nuestros amigos del crematorio. Fueron unos días un tanto surrealistas, pero en los que disfrutamos verdaderamente de cada momento.
Una de las noches, mientras compartíamos un chai con nuestros nuevos amigos, nos recomendaron dar un paseo en barca por el Ganges al amanecer, una de las mejores cosas que hemos hecho en el viaje. Los colores de las fachadas de las casas y templos con los primeros rayos de sol, son de fantasía y, una vez más, ver las abluciones y cómo despierta la ciudad desde una perspectiva distinta, algo estupendo.

Después del madrugón, volvimos a dormir una siesta al hostal y lavé algo de ropa aprovechando que teníamos la habitación del ático y podía tender todo en el patio. Luego salimos otra vez de paseo y cuando volvimos por la tarde, nos esperaba una sorpresa... Una docena de monos se habían hecho con el control de la terraza y nos impedían entrar a nuestra habitación. Otra chica que también dormía allí llevaba una hora atrapada en la habitación sin poder salir. Empezamos a aporrear la puerta de chapa para asustar a los macacos y funcionó con todos menos con uno. Aquel mono era dura de pelar, ¡no se asustaba con nada! es más, cada vez que intentábamos abrir la puerta, se agarraba a ella zarandeándola con aires desafiantes. Después de muchos intentos sin éxito, creemos que finalmente se cansó de jugar y por fin pudimos entrar dentro. Y fue entonces cuando me di cuenta de que la ropa que había tendido ya no estaba... ¡Malditos monos! Ya solo me caen bien en fotos.

Pronto dejaremos esta ciudad mágica que ha hecho que nos enamoremos un poquito más este asombroso país. Varanasi nos ha entrado en el corazón. Me alegro de haber cambiado los planes iniciales y haber decidido venir hasta aquí para cruzar la frontera de Nepal por tierra en vez de coger un avión. Estos últimos días improvisados han sido la guinda del pastel en nuestro viaje a la India y un gran incentivo para volver pronto.